Unos cascabeles risueños como  los que abren la Cuarta de Mahler fueron el preludio. Empezaban a sonar  cuando reconocía su silueta acercándose. Después de unos cuantos  encuentros, digamos fortuítos, él le empezó a guiñar un ojo. Clink!  Hacía un triángulo en algún sitio. Ella seguía su camino y sentía la  mirada de él siguiéndola un buen rato.
La cosa fue a más. Tutti.  Crescendo. Su corazón empezó a latir a un compás nuevo. Su vida seguía  un ritmo desconocido para ella. Su rutina se había sometido a la  partitura que él tocaba para ella. La había convertido en una melodía.  Liegera. De pocas notas. Abrazos en sol y besos en la. Allegreto.
Pero  algo pasó. Algo albortotó el pentagrama en que transcurría su vida. Los  timbales empezaron a sonar más fuerte y más rápido. Mal augurio. Las  trompetas lanzaron afilazos sonidos que hirieron sus oídos. Las teclas  del piano se quedaros atrapadas en un terrórifico acorde sin fin. Se  rompieron las cuerdas y se enfureció el viento. Los ruídos se comieron  las notas. La melodía se desafinó.
Un último gong. 
Lejano.
Muy lejano.
Pausa.
Una pausa muy larga.
El músico había dejado de tocar.
Ella paseaba en silencio.
Descrescendo. 
Atenta. Inocente. Esperando que él retomase las baquetas que hacían sonar la música en su corazón.
Aún no había entendido que ella fue un ensayo.
Que el músico se fue.
Con su música a otra parte.
 
 

 
 
 
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1 comment:
Déjalo marchar y márcate un pizzicato con el resto de la orquesta.
Pero ahora sé tú quien lleve la batuta y marque el compás.
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