16 March, 2007

Todas las tardes a las 5:07 minutos la misma mancha de vaho. Desde que tenía memoría no había fallado ningún día. De lunes a viernes, salvando los días de Navidad y las vacaciones de verano. La misma naricita chafada contra el cristal para evitar los reflejos.

Todas las tardes a las 5:13 la misma queja. –Hay que ver que todos los dias me tienen que dejar las manos marcadas en el cristal.

Era el mejor momento del día. Esos ojos inquietos que la miraban a través del cristal que parecían no decidirse a entrar.

Una tarde dieron las 6 y no había aparecido por allí. Un gran desasosiego le recorrió la espalda. ¿y si le ha pasado algo? ¿Y si ya no le gusto?

A las 6:30 sono la campanilla de la puerta. Trato de escuchar que pasaba ignorando los susurros excitados de sus compañeras.

-Buenas tardes -Buenas tardes. ¿Les puedo ayudar? -Si, es mi cumpleaños -Venga enseñale cuál es. - la que me guiña el ojo. -¿Cuál?

-Esa la que se ha caído.

Aún a veces, cuando me acerco a la estantería acoger o dejar un libro y la miro de refilón, me guiña el ojo. Y de vez en cuando, en esas temporadas en que las prisas, los nervios, o la mala leche no me dejan detenerme a saludarla, me la encuentro caída en el suelo. La levanto, la peino y le sacudo el vestido, la devuelvo a la estantería y abro las cortinas para que pueda ver por la ventana a los niños que juegan en el parque.

Ninguna Barbie guiñó nunca el ojo y por eso nunca hubo ninguna en la estantería de los cuentos.

1 comment:

Arcángel Mirón said...

Esas muñecas siempre me dieron un poco de impresión... como si te pudieran ver desde su quietud.

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