Áquel se llamaría Rául Vargas Montoya, le haría un árbol genealógico que descendería desde el mítico patriarca Manuel, le conseguiría una furgoneta y caravana y le darían un permiso de vendedor ambulante para alguna ciudad del Norte. Abrió el siguiente expediente. AM. Una mujer. Rumana. Rubia, ojos azules, escapada de un prostíbulo en el que la tenían secuestrada, nombre nuevo, Irina Comaneci, origen búlgaro, le darían un curso de peluquería y le buscarían un local en la costa del sol. Continuó, A.L. había delatado a compañeros de rezos implicados en una trama de terroristas islámicos, ingeniero informático, varios idiomas, casado con dos niños, podría pasar desapercibido con traje y corbata en alguna delegación provincial de alguna empresa pública, no obstante él y su familia necesitarían guardaespaldas. Federicco Cipriani, colaborador habitual de la policía, ya llevaba 3 o 4 cambios de vida, no podía evitar meterse en follones y solucionarlos con sus chivatazos, necesitaba sentar la cabeza, quizá con un negocio, una pizzería en el cinturón de alguna gran ciudad..
Hizo una pausa para tomar el café. Comentó con sus compañeros el desastroso partido de su equipo. Desde la esquina de la cafetera vió como le dejaban unos cuántos sobres lacrados en su mesa. Cada sobre encerraba una vida que debía ser sustituida sin dejar pistas. Su mesa era origen y final. El hacía y deshacía vidas constantemente. Hacía años que había renunciado a la creatividad y solo era capaz de dar vidas mediocres a sus casos. Se limitaba a sacarlos del medio y llevarlos a un lugar apartado y seguro. Volvió a la mesa y echó un vistazo a los nuevos expedientes. Lo de siempre. Chivatos. Testigos accidentales de crímenes. Mujeres que escapaban de la esclavitud. Mafiosos arrepentidos...
De repente se le cortó la respiración. Reconoció su cara, su peso, su altura, sus iniciales. Era él. Profesión: funcionario. Estado Civil: soltero. Lo habían incluído en el programa de protección de testigos. Esta vez como testigo protegido. Tenía que desaparecer. Conocía demasiados secretos y llevaba demasiados años en el cargo. Le decepcionó un poco ver que lo habían calificado con un "importancia normal-baja".
Nunca se había planteado los riesgos que entrañaba su trabajo. Indirectamente todas las mafias del país tenían alguna cuenta pendiente con él por haber hecho "desaparecer" a sus traidores. Podrían torturalo hasta hacerle hablar o matarlo directamente. A él, que era una especie de Dios Salvador. Se puso manos a la obra sin perder un instante. Se dió un nuevo nombre, Antonio Miguel Estrella Navas (A.M.E.N.) se consiguió una diplomatura en Turismo y un máster en Relaciones Públicas. Se abrió una cuenta a su nuevo nombre en un banco suízo y se hizo una transferencia de un par de millones de euros. Compró un pasaje a Costa Rica. Reservó quirófanao en una clínica de estética, antes de irse aprovecharía para acabar con aquella dichosa nariz y esa mandíbula siniestra. Se vió con su nueva cara de galán de cine y un floreciente negocio en una playa de arenas blancas y sonrió. Encargo unas cuantas docenas de hamacas y sombrillas. Y siguiendo el protocolo borró todas las pistas.
Se despidió de sus compañeros diciendo que le había surgido un imprevisto y se fue. Sus compañeros creyeron que no los había oído reír.
Ellos no lo oyeron reirse a él. A carcajada plena.