14 January, 2007

OTRO PASEO

He vuelto al cajero y sigo sin fondos, así que he vuelto a esta montañita urbana tan ajena como yo a la estación de las rebajas. Hoy era un día de silencio pesado. Nunca es un silencio absoluto. Y no es por los pájaros. Del “area metropolitana” sube un murmullo de autopista que la distancia y el viento, y un poco de imaginación, a veces camuflan de olas de mar. De lo que debe ser el oeste, el ruído de la fábrica secreta. A veces un disparo lejano. Un ladrido de perro tristre. Un relinchar de caballo dominguero. Y siempre, cuando menos te lo esperas, el camino hace una pequeña curva y empieza el “crepitar” de otro poste eléctrico. Sin embargo algunos momentos el acecho del silencio que espera ser roto asustaba.

He subido más alto que otras veces y por la otra cara de la montaña, así que la vegetación era algo distinta. Y había más postes eléctricos cruzando el silencio y más cables rompiendo el cielo. Pero tambien he visto que los almendros empiezan a florecer. Y he visto que en ese lado los deseos parecen más sólidos. Menos etéreos. Y he decidido bajar rápido, no fuera que me diera algún deseo nuevo y me desconcentrara.

He bajado por otro camino. Apenas un sendero entre matorrales que debe ser muy poco transitado por que no he encontrado muchas latas, ni kleenex, ni botellas de plástico. A los 20 minutos de bajar, la Kenia, que como siempre iba delante, se ha parado. Muy quieta. Erizada. Con la cola tiesa y las orejas en guardia. No me he asustado pero se me ha acelerado el corazón, que de bajada ya iba a un ritmo normal. Podía ser un jabalí herido. Si hubiera sido un gato, o un pajaro o un conejo, la Kenia se hubiera echado a correr tras él, pero esa tensión era nueva. La he llamado. Ha venido junto a mi y avanzado a mi lado sin apartar la mirada de lo que yo aún no veía. He comprobado que llevaba el móvil y he seguido avanzando. El sendero no se ensanchaba, acababa en una pequeña explanada. No he visto nada extraño. Y he seguido andando. Pero sentía una mirada clavada en mi espalda. De hecho me ha parecido que alguien me chistaba en silencio. Me he girado. Nadie. He seguido unos pasos. Seguía teniendo esa sensación y la Kenia no se separaba de mi lado. Mirándome, como si estuviera esperando una señal mía. Me he vuelto a girar. Entonces he visto un árbol en el que no me había fijado. Un árbol de tronco retorcido. Con las ramas extendidas en arabescos y un gran ojo. Alrededor suyo, otros árboles de tronco más delgado formaban una jaula.

Me he acercado. He pasado entre los árboles barrote. Me he acercado al árbol prisionero. Lo he rodeado. Parecía sufrir en su encierro. He mirado dentro del ojo. No se que esperaba encontrar, pero lo que he visto es lo último que me podía imaginar. Sobre el tronco alguien había grabado algo. Un corazón. Con una única incial. La mía. Sin pensarlo he sacado las llaves del bolsillo. He suspirado. He dibujado otra inicial. La suya.

La Kenía ha hecho pipi cerca y hemos segudo bajando.

5 comments:

El detective amaestrado said...

Vaya miedo da el árbol. Me recordó la peli aquella donde la niñera pertenecía a una secta que adoraban los árboles.
que suerte encontrar tu inicial grabada...

eSadElBlOg said...

si, pero ya ves que cuando te acercas es de lo más inofensivo (creo).

Mandarina azul said...

Hola, esadelblog, es la primera vez que visito tu blog y he disfrutado con él. Volveré :)

Hay árboles que... yo creo que nos hablan, en voz muy baja, pero nos hablan...

LOLA GRACIA said...

Muy sorprendente ese árbol.Como siempre, la realidad supera la ficción...sí que da miedo, sí

nancicomansi said...

Bueno...pensaba que iba a ser un poco original con eso de que el árbol daba un poco de "yuYU" , pero veo que no...en fin!!

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