Le queda un único viaje en el abono mensual. Quizá es una última oportunidad ¿de qué? Da igual, otra oportunidad perdida, ¿qué más da?. Sigue su camino y trata de encontrar un asiento de pasillo. Avanza entre la multitud desordenada. Entre avalanchas de prisa y empujones de rabia. Tiene suerte, no es pasillo pero es ventana.
A su lado un señor, enfrente, dos niñas que lo obserban tranquilamente. Saca un libro del bolsillo de la chaqueta de cuero. Es una edición de bolsillo, muy manoseado, o lo ha leído muchas veces o es un libro difícil, eterno. Trata de concentrarse. Difícil. Móviles de todos los precios con mil sintonias distintas. Señoras cotorras de voz aguda. Buenas tardes, el billete, gracias. Quinceañeras histéricas. No tengo trabajo, señores, si me quisieran ayudar... un durito, dos duritos, cien pesetas... Sube gente. Baja gente. El vagón se reacomoda. Baja mas gente, las cotorras al fin. Se agradece.
Las dos niñas siguen mirándolo inexpresivas. Vuelve a la página anterior. No ha entendido nada y la empieza de nuevo. Dos paradas más, el vagón prácticamente se vacía según se aleja del nucleo urbano. Ahora todo el mundo va callado. Los de las ventanas miran hacía fuera, pero es oscuro y tan solo ven parte de su rostro cansado reflejado en el cristal frío. Los del centro, unos mirada perdida, en diagonal, perdida en unos zapatos cualquiera, otros la vista clavada en el luminoso que insistentemente repite las paradas, la hora y la temperatura. Algunos leen.
El tren entra en un túnel largo que atraviesa unas montañas rocosas y áridas. “Papá el cuento.” ¿Ya? Los ojos de acero de las niñas no dejan de mirarlo, y finalmente él, con el libro cerrado sobre su regazo, las observa. Extremadamente delgadas, cara de adultas, la mirada cubierta por un velo transparente que oculta cualquier expresión. El padre empieza a leer, tiene una voz muy bonita, con un acento muy peculiar, como de un país del Este. Es un cuento bonito, una princesa pobre que enferma de melancolia, no hay Príncipes interesados en un castillo arruinado y un reino árido y seco y ella morirá de pena. Un día aparece una hada un poco bruja y le da a escoger entre el amor y la riqueza. La pobre Princesa escoge el amor, y a la que ve un sapo, convencida de que al besarlo se convertirá en Príncipe, no lo duda ni un momento y lo besa escondiendo una mueca de asco. Al momento, la Princesa se convierte en rana enamorada y el hada-bruja se queda como Señora del Castillo. Con un conjuro rápido, que el señor pronuncia lentamente, como saboreando cada sonido, fertiliza el reino que se cubre de exóticas flores y magnificos frutales de cuento mientras la feliz familia rana puebla los lagos de renacuajos. Colorín Colorado. Las niñas no han dejado de mirarlo, y la voz del hombre, apenas un susurro, se ha colado en su cerebro y lo acuna ahora que el cuento se ha acabado.
Cierra los ojos, el libro abierto por la misma página de siempre, la última imagen de su conciencia un rostro de niña doble, pálido, muy pálido, unos ojos grises que lo miran fijamente y una extraña sonrisa. Pasa un rato, un dia, unos minutos, un año, un segundo. Está a punto de despertarse dispuesto a encontrar la doble mirada metálica. Hay un extraño silencio.
Abre los ojos inquieto. La penumbra se ha apoderado del tren. Las niñas no estan, a su lado no hay nadie. El vagón está vacio. El luminoso está apagado. Fuera la oscuridad es total, el túnel. El libro sigue en su regazo. La misma página. Sigue sin entender nada. No le queda ningún viaje. No hay más oportunidades. Esta era la última.
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