Unos cascabeles risueños como los que abren la Quinta de Mahler fueron el preludio. Empezaban a sonar cuando reconocía su silueta acercándose. Después de unos cuantos encuentros, digamos fortuítos, él le empezó a guiñar un ojo. Clink! Hacía un triángulo en algún sitio. Ella seguía su camino y sentía la mirada de él siguiéndola un buen rato.
La cosa fue a más. Tutti. Crescendo. Su corazón empezó a latir a un compás nuevo. Su vida seguía un ritmo desconocido para ella. Su rutina se había sometido a la partitura que él tocaba para ella. La había convertido en una melodía. Liegera. De pocas notas. Abrazos en sol y besos en la. Allegreto.
Pero algo pasó. Algo albortotó el pentagrama en que transcurría su vida. Los timbales empezaron a sonar más fuerte y más rápido. Mal augurio. Las trompetas lanzaron afilazos sonidos que hirieron sus oídos. Las teclas del piano se quedaros atrapadas en un terrórifico acorde sin fin. Se rompieron las cuerdas y se enfureció el viento. Los ruídos se comieron las notas. La melodía se desafinó.
Un último gong.
Lejano.
Muy lejano.
Pausa.
Una pausa muy larga.
El músico había dejado de tocar. En silencio ella paseaba.
Descrescendo.
Atenta. Inocente. Esperando que él retomase las baquetas que hacían sonar la música en su corazón.
Aún no había entendido que ella fue un ensayo.
Que el músico se fue.
Con su música a otra parte.
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