11 December, 2006
ENTRADA NEGRA
Con una mascarilla verdosa en la cara se sienta a esperar. Sabe que está a punto de sonar el timbre de la puerta. Siempre pasa cuando tiene la mascarilla en la cara o cuando acaba de untarse con cera caliente. Entonces tiene que correr a restregarse una toalla antes de que pasen los 20 minutos o dar un tirón acelerado que le hace ver las estrellas, le corta el vello y hace que la piel se irrite más que lo normal. Cuando se tiñe el pelo, suele sonar el teléfono, e invariablemente lo contesta segura de que no se lo acercará demasiado y no lo manchara. Siempre lo mancha. Antes lo hacía todos los sábados, a última hora de la tarde. Un gran baño de espuma con una mascarilla de aloe vera en la cara y una mascarilla para cabello seco en la cabeza. Música de fondo y un cigarrillo. 30 minutos de relax. Luego se secaba con una toalla, se masajeaba todo el cuerpo con crema hidratante perfumada, se hacia la manicura y la pedicura con mucho cariño. A esas alturas ya se le había hecho tarde y tenía que vestirse y maquillarse en 5 minutos. Pero era suficiente. Ahora lo hace apenas cada tres semanas, por la mañana. Suele coincidir con la depresión hormonal premenstrual o menstrual, depende de en que caiga el primer dia. Y no lo hace con ilusión. Es para remediar los efectos de noches sin sueño. Y no lo remedia. Las ojeras siguen ahí, más oscuras de lo normal. Ya debería haberlas asimilado pero la publicidad despierta a veces una rebeldía estúpida en nosotros. A veces me pregunto que pasaria si L’Oreal lanzara al mercado una pomada que nos hiciera ser buenos, solidarios…con un mensaje tipo “Por que la amistad lo vale”…
Ella no se preguntaba nada. No se movía. Estaba allí sentada, con su cara verde y los ojos casi en blanco de lo perdida que estaba su mirada. Sonó el timbre de la puerta y pese a haberlo estado esperando dio un respingo y se le aceleró el pulso. Corrió al lavabo. Cogió una toalla y se la paso varias veces con energía para arrastrar el ungüento de 50€ 20ml. El timbre volvió a sonar así que dejó la toalla y corrió hacia la puerta tratando de descubrir restos en los bordes de la nariz o resecos entre las cejas.
Está vez no venian a mirar el gas. Ni era correo publicitario. Ni era la vecina plasta. Alguien la había escogido para protagonizar una novela gris, que es una novela negra barata y mala.
Tiene que acompañarnos. Ha habido un accidente.
La ventanilla bajada. El coche avanza a ritmo de vals por una carretera sinuosa. Al salir de una curva una fila de coches inmóviles le obliga a parar el coche con una ligera culeada. Unos metros más y descubre que detrás de la montaña había una preciosa puesta de Sol de otoño. A primera vista parece que sea eso lo que hace que todos los conductores frenen, pese a las ganas de llegar a la casa que seguro que tienen todos. Un poco de poesía para un día entre semana. Buena idea. Pero tras unos cuantos metros de tirones acordeónicos, la carretera deja el cielo impresionista a la espalda y la cola sigue prácticamente inmóvil.
Delante es de noche. Atrás quedan los restos de luz. La culebrina de coches sigue andando despacio con un movimiento acordeónico. Ahora se alarga el espacio entre los coches de delante hasta que vuelven a parar y van arrancando los del medio y paran, y por fin los de atrás se mueven un poco, un poco menos, y paran. Y de nuevo todos los coches se paran. Atrapados en la noche. Desde adelante la culebrilla es de reflejos blanquinosos, desde atrás parece que cientos de ojos rojos busquen descubrir el día en la oscuridad de la noche. Pone la radio. Una voz se acerca al subir el volumen y deja que sus ojos se llenen de lágrimas al pausado ritmo de un blues de Johny Lee Hooker. Ha muerto. Él tambien ha muerto. Pero él era viejo, y había vivido mucho, y en cambio a él, al suyo, le quedaban muchos años. Una bala. Había sido una bala entre los ojos. Esos ojos. Un ajuste de cuentas. ¿Qué cuentas? Sin duda lo habían confundido.
Él no podía estar metido en asuntos turbios. No, él no. Las lágrimas difuminan los pilotos traseros de los coches de adelante y los funden en un único reflejo rojo. Rojo. Como la sangre que debió cubrir todo el pecho al reventar la cabeza. Tiene que parar en el margen de la carretera y bajarse a vomitar. Se queda allí, llorando mientras los coches siguen su lento y pesado avance y la oscuridad se hace mas oscura. Más dura. La culebrina roja avanza junto a ella. Los motores recalentados desprenden un humo toxico y negro.
Recuerda que no le queda tabaco suficiente para todo lo que va a tener que fumar. Es lo malo de la novela negra, se fuma mucho.
To be continued
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1 comment:
Es verdad... siempre lo mancha... por eso habrá que comprarle un teléfono del color de su tinte.
Deliciosas palabras.
Un magnífico post... un muy buen blog. Pasate por casa cuando quieras...
A.-
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