Sus ojos se van cerrando poco a poco. Alrededor, las tiendas abren sus persianas con un gran bostezo. Centenares de personas pasan frente al banco de madera verde donde un bulto acurrucado bajo una manta de color indescriptible, se deja llevar por unas manos desconocidas pero familiares. Esas manos lo arrastran firmemente pero sin brusquedad a otro sueño. Un sueño de adolescente en otro banco. Un banco en una Plaza Mayor de piedra vieja. A una borrachera de vino barato fiesta mayor que acaba en un banco de madera.
La plaza del banco es cuadrada. Dos bancos de madera en cada lado. Cinco de ellos ocupados por bultos acurrucados que sueñan. Dos de ellos, sueños ardientes en la madrugada fría, uno, un simple sueño cotidiano, otro, se retuerce en una pesadilla muda, y el último, el quinto, el del banco más cercano a la fuente, simplemente sueña. Sueñan los cuatro hasta que les despiertan las campanas de la iglesia. El quinto, el que dormía junto a la fuente, se queda atrapado en el sueño, y seguirá soñando hasta bien entrada la tarde de su vida.
El quinto, sueña con caminos y bancos verdes en plazas de ladrillos rojo, en plazas encaladas decenas de veces, en plazas duras y soleadas, en plazas con parterres y en plazas con palomas. Y sueña con él de plaza en plaza, de banco en banco, de sombra en sombra. Y en su sueño, se despierta, se levanta y echa a andar por el mundo buscando plazas y plazoletas y placitas que descubrir. Empezó andando rápido, rápido. Quería llegar enseguida a todas partes. Su vida, aun prácticamente entera ante él no le parecía bastante tiempo para todo su sueño interminable.
Rápido, rápido durmió en muchos bancos de madera pintada de verde en plazas de piedra vieja de su provincia. Plazas cuadradas envueltas de pórticos sombreados bajo regios edificios de dos o tres pisos de balaustradas. En aquellas plazas de piedra clara, solían haber mercados una o dos veces por semana, y le sorprendió la generosidad de los tenderos. Un año apenas le llevó disfrutar del sueño de su provincia y alrededores. Solo una vez, una inoportuna gripe que pedía a gritos las atenciones de mamá, y un bolsillo arruinado, que contaba con la baza de las arcas de papa, le llevaron a casa unos días. Pero su espalda no aceptaba ya el sueño cómodo de una cama. Un banco de madera o un manto de césped municipal eran su única posibilidad de descanso.
Y salió de su provincia a buscar más plazas y a dormir en más bancos no soñados todavía. Y en los bancos, un buen día empezó a soñar puertos y, ya despierto en su sueño, se fue a ver puertos. Cogió berberechos, pescó sardinas y escabechó atunes. Cosió redes y limpió cubiertas y subastó merluzas. Y soñó puentes, una noche mientras dormía entre dos barcas abandonadas en una playa de arena fina.
Cuando despertó del sueño, el sueño lo llevó, despierto, a ver puentes, Cruzó puentes de madera enmohecida que crujían sobre ríos verdes. Caminó sobre arcos de piedra antigua. Atravesó puentes colgantes. Soñó bajo puentes de cemento. Vió puentes colgantes, puentes levadizos, pasarelas de caña y cuerda, y puentes derruídos, Y una noche que dormía bajo un puente feo de ladrillos rojos apenas disimulados por una capa de hiedra, soño con una ciudad, con gente que subía y bajaba las calles. Con coches, con edificios altos, con ruído. Y se fue a una ciudad. Y no le gustó, por que no podía soñar, pero se quedó un rato para ver a la gente. Allí la gente siempre iba a sitios, pero no iba donde soñaba que iba. Iba a trabajar, iba al médico, iba a comprar, iba a la peluquería, iba al colegio, y la gente siempre tenía prisa, pero no para soñar más, sino para no soñar. El solo iba donde soñaba que iba, y cuando llegaba soñaba que iba a otro sitio y se iba.
Y cuando en la ciudad él se echaba a soñar en un banco o un portal, veía que la gente pasaba junto a él sin atreverse a mirarlo. Con la vista clavada en el horizonte oculto tras la cera de enfrente, pretendían que no lo veían. Solo algunos lo miraban de reojo preguntándose si le pasaría algo, si no estaría enfermo o incluso muerto. Seguros de que deberían acercarse y ofrecerle ayuda, seguían su camino sintiéndose culpables, tratando de olvidar ese bulto inmóvil bajo una manta de color indefinido. Otros lo miraban con una mirada de reproche, incluso de odio. Aquellos eran los que como él, soñaron de adolescentes. Soñaron que se iban y vivían sueños, pero al despertar, olvidaron su sueño.
Y él apenado por ellos, por los que no sueñan donde iran ni van donde sueñan, se acurrucó un poco más, y cerró los ojos mientras la mañana despertaba a la ciudad. Pantanos. Pantanos verdes. Pantanos rojos de otoño.
14 comments:
Me gustó. Mucho. Me vino el sabor de un viejo cartón de vino tinto peleón cuando me dijo: Aún que no me creas, viviendo en la calle soy feliz. Me siento más libre que nunca. Yo y mi viejo compañero unidos para el resto de nuestras vidas.
¿Cuantas plazas puede una vida recorrer?
Un abrazo.
claro, es que encerrar un cartón de vino en una nevera es un pecado, el cartón de vino se siente más cómodo en un bolsillo viajero.
Siempre me pregunto, ¿que historias habrá detras de cada indigente?....¿que lleva a una persona a dejarlo todo y transformarse en un mendigo?...
No sé si vivir en la calle te da más libertad...tampoco creo que se pueda ser feliz....pero si sé que en algun caso es una vida que algunos escojen voluntariamente.
Lo que no entiendo es a esos padres que obligan a mendigar a sus hijos....que tambien existe.
Besos variados, chiquilla.
Sabes, te das cuenta que igual los ignorantes somos los demás, los que no nos atrevemos a vivir nuestros sueños. Ellos son muy valientes y lo hacen. Me encantó tu relato. Precioso.
Qué chulo. Fue dueño de su vida y dueño de sus sueños. Se atrevió. Los finales no sabemos cómo son. En las plazas ya no veré desdicha sino sueños dormidos.
Los mendigos dejaron de soñar... o al menos dejaron de ir a los sitios que sueñan. Beso!
Es un bonito relato lleno de tristeza. ¿Soñamos lo suficiente? ¿Vivimos en un sueño? ¿Somos el sueño de álguien, o soñamos a ese álguien?
Nada existe si no lo sueño.
Pantanos rojos de otoño...
Con esa imagen me quedo un ratito, con la boca abierta, sabiendo que no acaba ahí la cosa. Que sigue.
Y entre verdes pantanos rojos de otoño, cierro la boca y sigo soñando.
Precioso.
BY ALEX, supongo que en algunos casos puede haber romanticismo y sueños de libertad, pero pasenado por el centro de Barcelona, las historias parecen otra cosa. Supongo que en vagabundo se hace por que quiere y un mendigo se va convirtiendo poco a poco.
carlota, si, muchas veces hay que ser valiente para poder cunplir los sue
ños. Un beso.
antihéroe, es verdad, tomo el mando de su vida, pero no tengo claro que sea el caso de todos los mendigos :(
ñoco, la trsiteza la siente el por los que no sueñan, por los "normales". Creo que el es feliz.
misántropo, sigue soñando, es de lo más agradecido que tiene la vida, y si eres valiente y te pones a perseguir sueños, te acercas a la felicidad.
Menuda entrada. Dura. Bonita. Ilusionante... No sé. Lo que es seguro es que detrás de cada homeless hay una historia y un montón de sueños...
Muy bonito.
Es intenso y emotivo. Me gustó y me impresionó.
Estoy con By Alex... Cuantas historias depararan cada una de esas personas...
Emocionante narración!
Besote!
Una gran sorpresa encontrar tu blog, con escritura de calidad y sin artificios. Qué descanso para la vista. Pasaré por aquí más a a menudo.
Abrazos.
futuro bloguero, eso es lo que pienso yo cada mañana al salir de la estación por la salida más habitada...
arcángel, gracia, me alegro. Las historias de sueños siempre nos hacen plantearnos los nuestros.
luna carmesi, gracias,
enrique paéz, muchas gracias por tu visita, serás bienvenido y me alegro mucho de que te guste
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